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Miércoles, 16 de Mayo de 2012 13:51

El Foro Synthesis analiza el papel del espíritu frente a la materia en la pintura contemporánea

G.C. - R.A.
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El catedrático de Historia del Arte, Alberto Villar El catedrático de Historia del Arte, Alberto Villar G.C./Archivo

Dentro del Programa de actividades del Foro Universitario Synthêsis, el 14 de mayo se celebró en el Parador de la Arruzafa un Seminario del que fue ponente el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Córdoba, Alberto Villar Movellán con la ponencia titulada "Espíritu frente a materia en la pintura contemporánea: reflexiones y perversiones".


En su intervención Villar repasó la presencia del espíritu cristiano desde la Edad Media hasta el fin del Antiguo Régimen y su papel fundamental en los comportamientos políticos y sociales de Occidente. El Despotismo Ilustrado controló severamente las actuaciones teatrales, en tanto que eran un vehículo de manipulación de la opinión pública. Los pintores revolucionarios, que se hacen con el poder en la Academia, utilizarán la pintura de gran formato a modo de escenario teatral, con la finalidad de educar al pueblo en los derechos y deberes del ciudadano. La moral religiosa se sustituirá por la moral cívica.

Frente a las propuestas intelectuales de los neoclásicos, los románticos recuperaron el temple del Barroco, dotando a sus mensajes de un sentimiento exacerbado. Se recupera en parte el genio del cristianismo, defendido por Chateaubriand, pero la moral cívica avanza irresistiblemente como código de valores implantados por el Estado, al margen del pensamiento religioso, que se tratará de aniquilar de mil maneras, reservando el sentimiento que provoca al ámbito de lo privado.

El realismo postromántico introducirá la crítica a la hipocresía burguesa, tanto en la interpretación del paisaje, como en la de las personas y sus comportamientos privados o públicos. Desde la década de 1860 se va a distinguir progresivamente entre los dos elementos fundamentales que constituyen la pintura: por un lado, la materia y su propia capacidad de representación; por otro, el espíritu, que interviene en el aspecto creativo y es capaz de modificar la propia representación. La primera línea genera una preocupación obsesiva por la materialidad de la pintura, en manos de los impresionistas, ciertos postimpresionistas y el cubismo con sus derivados. La segunda, da margen a la reflexión espiritual, ortodoxa o heterodoxa, en el marco del simbolismo, algún fauvista marginal y toda la ancha banda del expresionismo, que dará lugar a alguna de las propuestas más interesantes el siglo XX.
En el expresionismo tienen cabida tanto la más alta expresión de lo espiritual, que Kandinsky lleva a su definición intelectual más acabada, cuanto la angustia personal, la indefensión social, el sufrimiento colectivo, la alegría desbordada, la crítica política o la percepción religiosa. Otros estados mentales, que parten del nihilismo, desarrollan el dadaísmo y el surrealismo, planteados siempre al margen de cualquier premisa moral o estética. Los derivados de esta tendencia sirven todavía de paraguas a las perversiones más inicuas de lo sagrado, mientras que el recuerdo de lo espiritual se refugia en el silencio del expresionismo abstracto