EL LIBRO DE LOS ABRAZOS (1989), de Eduardo Galeano (Selección de textos) El mundo Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso -reveló- Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende Los nadies Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba. Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos. Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata. La noche/1 No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta La noche/2 Arránqueme, señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desnúdeme La noche/3 Yo me duermo a la orilla de una mujer: yo me duermo a la orilla de un abismo Nombres/3 Me firmo Galeano, que es mi apellido materno, desde los tiempos en que comencé a escribir. Esto ocurrió cuando yo tenía diecinueve años, o quizá apenas unos días, porque llamarme así fue una manera de nacer de nuevo. Antes, cuando era un chiquilín y publicaba dibujos, los firmaba Gius, por la dificil pronunciación española de mi apellido paterno.(Hughes se llamaba mi tatarabuelo galés, que a los quince años se echó a la mar en el puerto de Liverpool y llegó al Caribe, a Santo Domingo, y tiempo después a Río de Janeiro, y finalmente a Montevideo. Allí arrojó su anillo de masón al arroyo Miguelete, y en los campos de Paysandú clavó las primeras alambradas y se hizo dueño de tierras y de gentes, y hace más de un siglo murió, mientras traducía al inglés el Martín Fierro.) A lo largo de los años he escuchado las más diversas versiones sobre este asuntito de mi nombre elegido. La versión más necia, que ofende a la inteligencia, me atribuye una intención anti-imperialista. La versión más cómica supone fines de conspiración o contrabando. Y la versión más jodida me convierte en la oveja roja de mi familia: me inventa un padre enemigo y oligárquico, en lugar del padre real que tengo, que es un tipo macanudo que siempre se ha ganado la vida con su trabajo o con la buena suerte que tiene en la quiniela. El pintor japonés Hokusai cambió de nombre sesenta veces para celebrar sus sesenta nacimientos. En el Uruguay, país formal, lo hubieran enjaulado por loco o alevoso simulador de identidad. La mala racha Mientras dura la mala racha, pierdo todo. Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria: pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras. Yo no sé si será gualicho de alguien que me quiere mal y me piensa peor, o pura casualidad, pero a veces el bajón demora en irse y yo ando de pérdida en pérdida, pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que busco, y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción Onetti Yo no tenía ni veinte años y andaba jugando a la gallina ciega en las noches del mundo. Quería pintar, y no podía. Quería escribir y no sabía. A veces escribía algún cuento, y a veces se lo llevaba a Juan Carlos Onetti. El estaba siempre en cama, por pereza, por tristeza, rodeado de pirámides de puchos, tras una muralla de botellas vacías. Yo me sentía en la obligación de emitir frases inteligentísimas. El maestro Onetti miraba al techo y no abría la boca más que para bostezar, fumar y beber, lenta sueñera, pitadas lentas, tragos lentos, y quizá mascullaba algún fruto de sus prolongadas meditaciones sobre la situación nacional e internacional: - La cosa se jodió -decía- el día que los milicos y las mujeres aprendieron a leer. Sentado a su orilla, yo esperaba que él me dijera que aquellos cuentitos míos eran indudablemente geniales, pero él callaba y a lo sumo gruñía o me estimulaba así: - Mirá, pibe. Si Beethoven hubiera nacido en Tacuarembó, hubiera llegado a ser director de la banda del pueblo El sistema/1 Los funcionarios no funcionan. Los políticos hablan pero no dicen. Los votantes votan pero no eligen. Los medios de información desinforman. Los centros de enseñanza enseñan a ignorar. Los jueces condenan a las víctimas. Los militares están en guerra contra sus compatriotas. Los policías no combaten los crímenes, porque están ocupados en cometerlos. Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan. Es más libre el dinero que la gente. La gente está al servicio de las cosas. El sistema/2 Tiempo de los camaleones: nadie ha ensenado tanto a la humanidad como estos humildes animalitos. Se considera culto a quien bien oculta, se rinde culto a la cultura del disfraz. Se habla el doble lenguaje de los artistas del disimulo. Doble lenguaje, doble contabilidad, doble moral: una moral para decir, otra moral para hacer. La moral para hacer se llama realismo. La ley de la realidad es la ley del poder. Para que la realidad no sea irreal, nos dicen los que mandan, la moral ha de ser inmoral. El sistema/3 Quien no se hace el vivo, va muerto. Estás obligado a ser jodedor o jodido, mentidor o mentido. Tiempo del qué me importa, el qué le vas a hacer, el no te metás, el sálvese quien pueda. Tiempo de los tramposos: la producción no rinde, la creación no sirve, el trabajo no vale. En el río de la Plata, llamamos bobo al corazón. Y no porque se enamora: lo llamamos bobo por lo mucho que trabaja. La civilización del consumo A veces, al fin de la temporada, cuando los turistas se iban de Calella, se escuchaban aullidos desde el monte. Eran los clamores de los perros atados a los árboles. Los turistas usaban a los perros, para alivio de la soledad, mientras duraban las vacaciones; y después, a la hora de partir, los ataban monte adentro, para que no les siguieran. Resurrecciones/1 Infarto agudo de miocardio, zarpazo de la muerte al centro del pecho. Pasé dos semanas hundido en una cama de hospital, en Barcelona. Entonces sacrifiqué mi destartalada agenda Porky 2, que ya la pobre no daba más, y come quien no quiere la cosa, el cambio de libreta se convirtió en un repaso de los años transcurridos desde el sacrificio de la Porky 1. Mientras pasaba en limpio nombres y direcciones y teléfonos a la agenda nueva, yo iba pasando en limpio también el entrevero de los tiempos y las gentes que venía de vivir, un torbellino de alegrías y lastimaduras, todas muy, siempre muy, y eso fue un largo duelo de los muertos que muertos habían quedado en la zona muerta de mi corazón, y una larga, más larga celebración de los vivos que me encendían la sangre y me crecían el corazón sobrevivido. Y nada tenía de malo, y nada tenía de raro, que se me hubiera roto el corazón, de tanto usarlo Celebración de la risa José Luis Castro, el carpintero del barrio, tiene muy buena mano. La madera que sabe que él la quiere, se deja hacer. El padre de José Luis había venido al Río de La Plata desde una aldea de Pontevedra. Recuerda el hijo al padre, el rostro encendido bajo el sombrero panamá, la corbata de seda en el cuello del pijama celeste, y siempre, siempre contando historias desopilantes. Donde él estaba, recuerda el hijo, ocurría la risa. De todas partes acudían a reírse, cuando él contaba, y se agolpaba el gentío. En los velorios había que levantar el ataúd, para que cupieran todos -y así el muerto se ponía de pie para escuchar con el debido respeto aquellas cosas dichas con tanta gracia. Y de todo lo que José Luis aprendió de su padre, eso fue lo principal: - Lo importante es reír -le enseñó el viejo-. Y reír juntos Yo, mutilado capilar Los peluqueros me humillan cobrándome la mitad. Hace unos veinte años, el espejo delató los primeros claros bajo la melena encubridora. Hoy me provoca estremecimientos de horror el luminoso reflejo de mi calva en vidrieras y ventanas y ventanillas. Cada pelo que pierdo, cada uno de los últimos cabellos, es un compañero que cae, y que antes de caer ha tenido nombre, o por lo menos número. Me consuelo recordando la frase de un amigo piadoso: - Si el pelo fuera importante, estaría dentro de la cabeza, y no afuera. También me consuelo comprobando que en todos estos años se me ha caído mucho pelo pero ninguna idea, lo que es una alegría si se compara con tanto arrepentido que anda por ahí. El arte y el tiempo ¿Quiénes son mis contemporáneos? -se pregunta Juan Gelman. Juan dice que a veces se cruza con hombres que huelen a miedo, en Buenos Aires, París o donde sea, y siente que esos hombres no son sus contemporáneos. Pero hay un chino que hace miles de años escribió un poema, acerca de un pastor de cabras que está lejísimo de la mujer amada y sin embargo puede escuchar, en medio de la noche, en medio de la nieve, el rumor del peine en su pelo; y leyendo ese remoto poema, Juan comprueba que sí, que ellos sí: que ese poeta, ese pastor y esa mujer son sus contemporáneos. Cortázar Con un solo brazo nos abrazaba a los dos. El brazo era larguísimo, como antes, pero todo el resto se había reducido mucho, y por eso Helena lo soñaba con desconfianza, entre creyendo y no creyendo. Julio Cortázar explicaba que había podido resucitar gracias a una máquina japonesa, que era una máquina muy buena pero que todavía estaba en fase de experimentación, y que por error la máquina lo habia dejado enano. Julio contaba que las emociones de los vivos llegan a los muertos como si fueran cartas, y que él había querido volver a la vida por la mucha pena que le daba la pena que su muerte nos había dado. Además, decía, estar muerto es una cosa que aburre. Julio decía que andaba con ganas de escribir algún cuento sobre eso.* La ventolera Soy el viento dentro de mí. Estoy desnudo. Dueño de nada, dueño de nadie, ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que me golpea la cara